Fueron ellos los que me
encontraron a través de las redes sociales, después de unos años me emocioné al
saber que todavía quedaban sentimientos de nostalgia, afecto y cariño hacia su
profesor de 5º de primaria.
Desde entonces y en la
distancia hemos tenido contacto, preguntándonos de vez en cuando como nos
trataba la vida.
Siempre en el aire esa
hipotética visita de la que un día yo prometí.
Seis años después, lo prometido
es deuda.
Era hora de volver a
Fuenlabrada, a un colegio que no había pasado de cerca desde hace seis años.
Aunque quedé con ellos en una terraza que estaba más lejos del colegio, antes
de llegar allí, decidí pasar con el coche delante del colegio público Víctor
Jara. Cuando llegué a su altura paré el coche, cogí a mi hija y bajé del coche.
Me pude delante de la puerta de entrada y me quedé un rato observando el
centro, evocando imágenes en las que me veía guardando patio, entrando y
saliendo del centro, hablando con mis antiguos compañeros y alumnos, realizando
actividades…, de pronto todas esas imágenes se vieron interrumpidas por el
estruendo de una motocicleta que hacía más ruido que un boing 747. Mi hija
estaba fija mirándome fijamente, como si ella comprendiese lo importante que
fue para mí el paso por este colegio.
- El Víctor Jara hija, algún
día te hablaré de él. Ahora vámonos, que nos estarán esperando y acuérdate que
hay que portarse bien.
Mientras volvíamos al coche mi
hija volvió su cabecita atrás mirando el patio del colegio, como si esas
imágenes que volvieron a mi cabeza cobraran vida en la suya.
Nos sentamos en una terraza de
Fuenlabrada, a la sombra, me pedí una cocacola pues Biterkas no tenían. Tenía
muchísimas ganas de volver a verlos y por otra parte sentía nervios por si no
era capaz de reconocerles. Cuando me dio por girar la mirada hacia la derecha
allí los divisé. Había visto alguna que otra foto suya desde las redes sociales
y sabía que habían crecido y cambiado, pero no tanto, madre mía que mayores
estaban.
Hablar con ellos ya no como
profesor-alumno, sino como de adulto a adulto me hizo ver lo rápido que pasa el
tiempo y comprobar que me hago mayor. Recordamos viejas batallitas y fue
inevitable reírnos con aquellas anécdotas que tanto les marcaron. Les pregunté
por toda la clase y me alegré saber también por los que no pudieron venir.
Me contaron sus aventuras
adolescentes, algunas ya tenían novio y aunque sigo ejerciendo de profesor con
ellos advirtiéndoles de ciertas tentaciones que tiene la adolescencia ellos lo
tomaron como si siguiera siendo su profesor.
(Fernando, tu también has tenido su edad)
Aunque físicamente habían
cambiado 180º sus sonrisas, muecas, gestos seguían siendo los mismos, tal y
como yo les recordaba. Gestos típicos que caracterizan a las buenas personas y
es de eso por lo que me siento tan orgulloso de ellos, porque siguen siendo unas
bellísimas personas. Si algo hace falta en este mundo son buenas personas que
lo cambien. Mis chicas y chicos del Víctor Jara lo cambiarán, estoy seguro de
ello.
Mi hija, que últimamente
empieza a extrañar bastante a la gente que no conoce estuvo con todos ellos
jugando, como si los conociese de toda la vida, era como si les transmitiesen
confianza.
Tenía muchas ganas de
presentarles a mi hija y yo creo que ellos también de conocerla y como ellos me
dijeron, “la próxima vez tienes que venir con tu mujer que todavía no la
conocemos”.
Verles me reconfortó muchísimo,
después de un año tan malo y con un fututo tan indeciso en mi trabajo, volver a
verles me supuso una buena inyección de moral con la que seguir adelante en mi trabajo. Alumnos
como ellos son los que te hacen seguir adelante, por encima de oposiciones,
recortes y demás problemas que merman las posibilidades de seguir trabajando en
esta vocación.
Lo necesitaba.
Les dejé en sus manos el volver
a vernos con el paso del tiempo. Ojalá tenga la oportunidad de volver a encontrarme con toda la clase, sería
maravilloso para un antiguo profesor.
“Alumnos excepcionales hacen
grandes profesores”. Ellos son excepcionales.