Cuando uno es niño percibe la
realidad desde un punto de vista muy distinto al de un adulto. Siendo niño
interpretas la vida con una mágica inocencia la cual te caracteriza.
Uno de mis momentos mágicos
preferidos era cuando íbamos al Zoo o al Parque de Atracciones. Solo se podía una vez al año, pues era
muy caro(aunque hoy en día lo es más) y por aquel entonces a mis padres, como a
otras muchas familias, les costaba llegar a fin de mes. En mi casa cuando
éramos pequeños no podíamos permitirnos el irnos de vacaciones a la playa, así
que una visita al Parque de Atracciones y al Zoo(cada día a un sitio distinto)suponían
una auténtica sobredosis de emoción, nerviosismo, ilusión y magia en la
vacaciones.
Tanto a mi hermana como a mí
nos encantaba la víspera, yo por la noche no dormía pensando en lo que iba a
ser el día siguiente. El viaje lo hacíamos en trasporte público pues en mi casa
el primer coche que tuvimos fue cuando yo me saqué el carné de conducir y mis
tíos me regalaron un Peugeot 205 mas conocido por “El Halcón Milenario” pues
tenía casi 20 años.
Ese viaje al Parque o al Zoo lo
recuerdo perfectamente. Primero coger el autobús hasta la antigua estación de
Palos de la Frontera, o a veces parando en Elíptica y allí cogíamos otra camioneta
hasta Aluche. Después el metro. Ese metro era distinto al que cogíamos cuando
íbamos a Sol, a Callao o al Retiro. Era una metro el cual entrabas bajo tierra
y después salía al aire libre, justo en la misma Casa de Campo. Me encantaban
los transbordos en Aluche y lo que más, la sensación de salir de la oscuridad
del suburbano al aire libre cuando llegabas a la Casa de Campo y veías la torre-cafetería
del Parque de Atracciones junto con las cúspides de las montañas rusas.
Que ilusión nos inundaba solo con
verlo. Antes en el Parque no había calcamonias, existían unas pulseras de
cuerda con una chapita de metal con un color determinado, de las cuales yo
estaba convencido que dentro había algo escondido. Recuerdo con cariño y
nostalgia muchas viejas atracciones: La galaxia del Terror(Viaje Espacial), El
Valle de los dinosaurios, Viaje al centro de la Tierra, Los Siete Picos, El
Looping Star, El Gusano Loco, Enterprise, Los piratas, El Tren Fantasma, La
Reina de África, La jungla…, nada que ver con el Parque de hoy en día, mucho
más moderno y vanguardista.
Con el Zoo, pasaba lo mismo. No
llegué a conocer la Casa de Fieras que era como se llamaba antes y estaba en el
Retiro y no en la Casa de Campo, pero sí conocí un Zoo mucho más distinto de
cómo lo vi en las vacaciones de Semana Santa. La última vez que estuve en el
zoo fue con el colegio y además nos quedamos a dormir allí. Una excursión, que
por cierto, preparé con toda mi ilusión. Fue hace tres años y aun así el Zoo me
resultaba distinto. Seguía sin tener ese encanto tan especial que tenía cuando
era niño. Ya no hay los animales que había antes aunque otros ocupan los
recintos y espacios que antes ocupaban los animales que yo recordaba. Antes
llevábamos pan duro de días atrás y se lo echábamos a los animales, hoy en día
está prohibido (lo cual me parece bien pues la gente no se conforma echando sólo pan…)
Describir la visita del Parque
o del Zoo con una palabra sería “magia”. Todo era mágico desde ese viaje en
autobús y metro hasta las atracciones, la pulsera, los animales…
La visita más mágica fue una de
la que por desgracia tengo muy pocos recuerdos y eso me fastidia mucho pues
recuerdo muchísimas cosas de cuando era pequeño, pero en concreto para ese día la
memoria me falla.
Fue un sábado frío de invierno
que amaneció con una niebla que no se veía ni a cantar. Mi padre mirando por la
ventana de mi casa a primera hora de la mañana decidió levantarnos e irnos al
Zoo y al Parque. Yo era muy pequeño y mi hermana todavía no había nacido.
Fuimos al Zoo por la mañana y por la tarde al Parque de Atracciones. Se puso a
nevar a medio día, el Parque estaba vacío, solo estábamos mis padres y yo. Las
pocas atracciones que estaban abiertas eran sólo para mí, pudiendo subir y
montarme todas las veces que quisiera.
Después fuimos a Madrid a ver una película en los
cines de Callao, “Tod y Toby”. Ese sí fue un día mágico de los de verdad. Recuerdo
muy poco de él, la historia la siguen contando mis padres con esa magia que
siempre han transmitido.
Esta última vez fui como padre
y no como niño ilusionado y aunque sigo teniendo la misma ilusión, solo espero
que mi hija pueda experimentar todas esas sensaciones que yo experimentaba
cuando era un niño. Antes sólo se podía una
vez al año, ahora tienes los bonoparques que una vez que te los hacen
puedes ir las veces que quieras a lo largo del año. No se si yendo tantas veces
la magia tendrá el mismo efecto, el caso es que mientras paseaba por el Zoo con
mi mujer y con mi hija muchos recuerdos y una gran nostalgia me inundó
recordando aquellas visitas a la Casa de Campo con mis padres y con mi hermana,
aquel día de niebla y nieve, todos esos viajes en autobús y metro, los
algodones de azúcar, el chocolate con churros, “el pajarraco”(una garza) que
persiguió a mi hermana hasta los servicios en el zoo, el globo de Mickey Mouse que se me escurrió y acabó subiendo hasta la estratosfera con el consiguiente berrinche…
Y es que a pesar de sólo poder
permitírnoslo una vez al año, ese día
junto con el de reyes, eran los mejores días del año.