Hace una semana me
desperté un día cualquiera. Tras levantarme, desayuno, me aseo y después voy a
despertar a mi hija con la mayor delicadeza que puedes despertar a un bebe de 14 meses. La visto y
cambio cuidadosamente mientras balbuceamos
el uno con el otro en lengua de bebe. Después me llevo a mis chicas. Una se
queda trabajando, la otra con los abuelos.
Mi sorpresa fue cuando al salir
con el coche del garaje encuentro el panorama de todos los días algo distinto.
¡Había nevado!, algo rarísimo donde vivo
y más raro aun siendo todavía noviembre. Que distinto se ve todo con nieve en
los alrededores. Por aquí, en el momento que caen tres copos todo se paraliza,
se embotella y se forman atascos monumentales, menos mal que hay solo 15 kilómetros hasta nuestro destino.
Mientras aguantábamos los tres
pacientemente hasta poder salir de la autovía, mi mujer me recordó, ¿te
imaginas un día así si siguieras trabajando en Rozas de Puerto Real?...
Seguramente hubiese sido uno de
esos días en los que tienes que ir con los cinco sentidos en la carretera. Con
muchísimo cuidado hubiese tenido que subir y bajar el mini-puerto del “Encinar
del Alberche” y seguramente cuando hubiese llegado a Cadalso me tendría que dar
la vuelta porque conducir de Cadalso a Rozas con la carretera nevada y sin
haber pasado la quitanieves es un suicidio.
Durante tres años he tenido que
hacer un recorrido de 84 kilómetros de ida y otros 84 de vuelta. Los inviernos
en este colegio son muy duros. No deja de ser un pueblo enclavado en un relieve
montañoso rodeado de bosques singulares como castañares.
Un día podías llegar a trabajar
con una niebla tan espesa que no verías un transatlántico a tres metros delante
tuya, una niebla que no se quita en todo día, se queda atrapada en la montaña,
incluso sales de trabajar y te sigue persiguiendo durante unos cuantos
kilómetros más. Podías tirarte perfectamente una semana con niebla. Anímicamente,
eso puede mermar a cualquiera. A mí me gusta la niebla, lo que no me gusta es
conducir con esta.
Cuando no había niebla llovía,
y tírate una semana y hasta incluso dos lloviendo sin parar, para chicos y
chicas de primaria puede resultar desesperante(sin poder salir al patio me
refiero) enclaustrados en un recinto toda una jornada escolar. Para los profes
también.
Luego estaban las heladas,
igual de peligrosas que la nieve, pero después de tres años sabes perfectamente
donde tienes que extremar aun más las precauciones. En más de una ocasión he
visto con mis propios ojos como alguno se ha ido a la cuneta por no ir más
despacio. No se me olvidará que el último año que estuve en este centro, el día
de mi cumpleaños por cierto, el 29 de abril yendo al colegio me encuentro con
este paisaje:
O una de dos, o estoy en
“Invernalia” o ver tanto “Juego de
Tronos” está trastocando seriamente mi percepción de la realidad.
Otro problema eran los pobres
perros que acaban bajo la rueda de algún coche. Por suerte nunca atropellé a
uno pero en cierta ocasión el que iba delante mía se llevó por delante a uno y
los retos viscerales del pobre animal acabaron en mi parabrisas cual película
de cine “Gore”. En otra ocasión me encontré un jabalí atropellado y mal herido,
jamás pensé que por esa zona pudieras encontrarte un jabalí.
Las que me daban mucha pena era
las pobres ardillas que cada dos por tres yacían muertas en la cuneta o en
mitad de la carretera. Nadie les enseñó que antes de cruzar una carretera
convencional de doble sentido, por lo menos hay que mirar a ambos lados.
Peor hubiese sido aquella vez
que me mandaron a un colegio en “Rascafría” eso y si que era una auténtica
“odisea”. Menos mal que fueron tres días porque me hubiese tenido que buscar
alojamiento por allí.
Hace unos años me hubiese
encantado eso de romper con mi rutina y empezar una nueva vida en un sitio
distinto, me daba igual, como si me hubiesen mandado a Reikiavik. Pero cuando
formas tu propia familia las cosas las ves desde otra perspectiva.
Conozco a mucha gente que por
desgracia no les queda otra que trabajar fuera de sus casas, sin ver a sus
hijos ni a sus parejas. Eso si que es duro, para mí sería durísimo.
Sin ir más lejos, la mayoría de
compañeros que tengo vienen de Albacete y se tiran de lunes a viernes lejos de
sus familias. Nadie les ha obligado, están aquí porque ellos así lo han pedido
(a diferencia de cómo hacen las cosas en Madrid: “son lentejas…”) pero en
Albacete no hay trabajo y si quieres trabajar no te queda otra. Aun así es
digno de admirar (en mi humilde opinión). No hay peor castigo que llegar a casa y no poder abrazar a tu familia,
por mucho que te guste tu trabajo. Para mi sería horrible, si alguna vez no
queda más remedio tocará hacerse a ello. Ojalá no me vea en esa situación.
Ahora que he dejado a “mis
chicas”, vuelvo de camino a casa. Me da tiempo a recoger un poco antes de
entrar a trabajar.
Después de algunos años
peregrinando por distintas carreteras me cuesta acostumbrarme a lo fácil que
resulta la vida, cuando la distancia no te la complica.