Es la primera vez que
empiezo el curso escolar justo el día que comienzan las clases lectivas, hasta
ahora siempre había empezado con el curso iniciado y siempre me preguntaba, ¿cuando
sería el día que tendría la oportunidad de empezar el curso desde el principio?
Es el primer día de cole.
Como siempre, todo nuevo: alumnos, compañeros, familias…, pero este año es
distinto en algo, no soy el único que empieza el primer día de cole. Para mi
hija también es su primer día. Y algo me recorre por dentro, una angustia y
preocupación de padre se apodera de mí. El no poder acompañar a mi hija el
primer día de colegio es algo con lo que no contaba. Como casi siempre, creía empezar a trabajar bien entrado septiembre,
mira por donde es la primera vez que empiezo tan pronto. Es abrumadora esta
sensación. Tendría que llevar de la mano a mi hija en su primer día de colegio.
Recuerdo como fue ese primer día en la guardería, pues fui yo quien estuvo con
ella los primeros días. Que supiese que siempre iba a estar a su lado, quería
transmitirle esa seguridad que tanto necesitamos cuando somos niños, esa
seguridad que solo nuestros padres saben transmitirnos. Yo también recuerdo ese
primer día de colegio y también recuerdo como aguantaba las ganas de llorar.
Aunque mi recuerdo más traumático es en la guardería. Recuerdo estar en el
patio y nunca olvidaré como a lo lejos divisé la imagen de mi madre desde una
esquina. Yo estaba convencido de que era ella. Me puse a llorar quería ir con
ella, quería que me abrazase y para colmo la profesora, que siendo sincero
tenía muy “pocas luces”, encima me regañó. Muchos años más tarde mi madre me
confesaría que aquello no era producto de mi imaginación, era ella quien se
escondía tras esa agónica esquina.
Hoy en día tenemos los
llamados periodos de adaptación. Periodo el cual yo contaba poder asistir y que
por causas del destino no voy a poder. Menos mal que tenemos a los abuelos. El
estandarte de nuestra sociedad en estos días son los abuelos, son la piedra
angular para nuestros hijos.
Mi primer día de cole. De momento son poco kilómetros, lo cual es una suerte. Lo malo, que es
solo hasta enero. De ahí en adelante no se que me voy a encontrar. Pero hasta
entonces “carpe diem”.
Otro año más cargado de
trabajo, en este caso desempeñando funciones de secretaría y aunque en algún
cole que otro he echado una mano no es lo mismo que ejercer la función en tu
propia persona. Por desgracia la baja que ocupo es de la secretaria del centro
y tan mala suerte que no pedirá excedencia y se incorporará después de las
navidades.
Aun así tengo la tutoría
de un 4º de primaria y contento de enseñar a mis nuevos alumnos. Parece que me
los he sabido ganar rápido y la clase navega viento en popa.
En cambio esta labor de
oficinista es insoportable, cada vez tengo que salir del aula para encerrarme
en el despacho me entran los siete males. El comedor, la empresa del comedor,
las solicitudes, las becas del comedor, las becas de los libros, certificados
de traslado, atiende a las familias, atiende al profesorado, registros de
entrada, registro de salida…
Todo por el mismo precio
en mi nómina, no se hasta que punto es mi obligación el ayudar en todo este
tipo de gestiones, pero ya me he mentalizado cual es mi jornada de trabajo y
así he de cumplirla.
Todos los día me acuerdo
de mi hija. La imagino en su clase aprendiendo, jugando en el patio. Estoy
tranquilo pues muchos compañeros se que actúan de Watchmen por mí.
Saben que es hija del
Maestro Ambulante y por ello les agradezco la atención que tienen sobre ella.
Va a ser un año muy duro
para todos, secretaría, tutoría, oposición, colegios nuevos en adelante, mi
hija empieza en Infantil…, bueno, menos mal que acabamos de empezar y tengo las
baterías cargadas al 100%, habrá que ir dosificando la energía pues el camino
en este curso se presenta largo y sinuoso. De momento no hay que agobiarse, es
tan solo, el primer día de colegio.