miércoles, 6 de febrero de 2013

Una visita inesperada


Cuando uno tiene fiesta en la localidad en la que trabaja suele aprovechar para descansar, levantarse más tarde, hacer deporte…, yo como raro que soy, me suelo dedicar a realizar visitas por los antiguos colegios en los que he trabajado.
Es una norma que me impuse desde que empecé a trabajar y siempre la he cumplido. Intento y procuro visitar el grupo de alumnos que tuve el curso anterior, me gustaría visitar  todos los cursos por los que he pasado, pero eso sería imposible, necesitaría una semana de fiestas locales. Este año estoy en el mismo centro que el curso pasado, algo que no había conseguido nunca, poder permanecer dos cursos seguidos con un mismo grupo de alumnos.
Por lo tanto decidí visitar a los alumnos de hace dos años, los chicos y chicas del Felipe IV. Hará unos meses, una madre de estos alumnos, me escribió un correo en el que me pedía que fuese a visitarlos, seguían acordándose de mí. Su carta me transmitió nostalgia. También mi antigua compañera de nivel, me preguntó si volvería a visitarles. Podía haberme pasado por otro centro en los que he trabajado pero el e-mail de esta madre y el de mi compañera me convencieron para volver dos años seguidos. Motivos por los cuales decidí visitar de manera inesperada este singular colegio.
 Sin duda la visita mereció la pena, no exageraba en el e-mail cuando decía lo mucho que me echaban de menos y que no olvidaban la mayoría de anécdotas, y vivencias de aquel curso.

Me levanté temprano, cogí el coche y me acerqué a Navalcarnero. Al llegar entré al despacho de Dirección-Jefatura de estudios. Allí hable con la jefa de estudios, la directora y el secretario. Se alegraron de verme otro año y el sentimiento fue mutuo. No es el mejor equipo directivo del mundo pero tienen muchos aspectos positivos que hacen posible la convivencia en este centro. Me alegró recordar con ellos “batallitas del abuelo”. Luego la jefa de estudios me acompañó a la clase de 4º, los que un día fueron alumnos míos de 2º ya estaban en 4º. Ya sabía por el e-mail de mi compañera, que la tutora de este grupo era “Prado” otra compañera de este centro a la que guardo mucho cariño. Me alegró muchísimo saber que ella había pedido expresamente la tutoría de este grupo. Es como saber que la semilla que has plantado en estos alumnos está en buenas manos.
Cuando llegamos a la clase, yo me quedé rezagado, la jefa de estudios llamó a la puerta y le pidió permiso a Prado para recibir una visita. No se como pero alguno de los chicos me debió ver y exclamó: -¡Es Fernando, es Fernando!-. La reacción fue inevitable, toda la clase se revolucionó. Prado salió del aula y cuando me vio la reacción fue mutua, fundirnos en un fuerte y sincero abrazo. Cuando entré en el aula la emoción fue mayúscula, se levantaron todos los chicos y chicas para abrazarme, casi me tiran al suelo y alguno de camino tiró la silla y alguna que otra mesa. Prado me comentaba la huella que deje en estos chicos pues no se olvidan de las vivencias de aquel curso. Los chicos empezaron a recordar toda clase de anécdotas, vivencias y curiosidades que yo había olvidado, es formidable la memoria que tienen los niños. Se acordaban del Taller de resolución de problemas, de los trabalenguas, de mis dibujos, de los chistes, de la obra de teatro que hicimos al final del curso…, y juntos empezamos a revivir viejas batallitas.
Es muy reconfortante saber que tu huella sigue impresa en tus alumnos dos años después, es la forma que los chicos tienen de darte las gracias. Sin duda, el mejor salario que tenemos los maestros. Quizás cuando yo tenía la edad de estos chicos y chicas, mi antiguo profesor, Manuel, caló tan hondo en mí que hoy en día sigo recordando sus enseñanzas. Muchas veces me pregunto sin en alguna ocasión he conseguido crear la misma sensación en mis alumnos. Con estos chicos me dio esa impresión.
Prado no quería que me fuese, me invitó a quedarme, se lo agradecí  pero tenía gestiones que realizar. Le pregunte donde estaba la clase de Noelia, mi compi de nivel a la que también quería ver, un alumno, se levantó como un resorte:
-¡yo le acompaño, seño, yo, yo, yo,-
A continuación el resto de la clase comenzó.
-¡yo también, yo también, yo yo!-
Prado, con ese excelente criterio que siempre ha tenido dijo:
-No, sólo él, ya que esta semana se ha portado muy bien, mira Fernando, mira cuantos puntos lleva-.
Prado sabía la relación tan especial que yo tenía con este niño, por eso fue este niño quien me llevo hasta la clase de segundo. Allí en la puerta nos despedimos, le dije que tratase bien a Prado y que no olvidase ser buena persona. Me dio un beso y volvió corriendo a su clase. Este alumno tiene una situación familiar muy difícil  y es de vital importancia mantenerle en el camino correcto. En manos de Prado estoy seguro que no descarrilará.

Al ver a mi compañera Noelia fue igual que con Prado, un efusivo abrazo, intercambios anécdotas y batallitas. Me presentó a sus alumnos, tiene algún que otro “fichaje”. Tras un rato nos despedimos, repitiéndonos los mismo “seguimos en contacto”. Baje las escaleras y me despedí del equipo directivo. Me preguntaron si era posible que volviese algún año al Felipe IV, yo les dije y ellos bien saben, que no depende de mí, es la administración la que manda. Les dije que en el listado de centros que todos los años  rellenamos, lo tengo presentes.

Salí del centro camino de terminar las gestiones que tenía pendientes y sin dudar en ningún momento pensé…,          


ha merecido la pena esta visita inesperada.