martes, 3 de diciembre de 2013

En la distancia

Hace una semana me desperté un día cualquiera. Tras levantarme, desayuno, me aseo y después voy a despertar a mi hija con la mayor delicadeza que puedes  despertar a un bebe de 14 meses. La visto y cambio  cuidadosamente mientras balbuceamos el uno con el otro en lengua de bebe. Después me llevo a mis chicas. Una se queda trabajando, la otra con los abuelos.
Mi sorpresa fue cuando al salir con el coche del garaje encuentro el panorama de todos los días algo distinto. ¡Había nevado!, algo rarísimo  donde vivo y más raro aun siendo todavía noviembre. Que distinto se ve todo con nieve en los alrededores. Por aquí, en el momento que caen tres copos todo se paraliza, se embotella y se forman atascos monumentales, menos mal que hay solo 15 kilómetros  hasta nuestro destino.
Mientras aguantábamos los tres pacientemente hasta poder salir de la autovía, mi mujer me recordó, ¿te imaginas un día así si siguieras trabajando en Rozas de Puerto Real?...

Seguramente hubiese sido uno de esos días en los que tienes que ir con los cinco sentidos en la carretera. Con muchísimo cuidado hubiese tenido que subir y bajar el mini-puerto del “Encinar del Alberche” y seguramente cuando hubiese llegado a Cadalso me tendría que dar la vuelta porque conducir de Cadalso a Rozas con la carretera nevada y sin haber pasado la quitanieves es un suicidio.
Durante tres años he tenido que hacer un recorrido de 84 kilómetros de ida y otros 84 de vuelta. Los inviernos en este colegio son muy duros. No deja de ser un pueblo enclavado en un relieve montañoso rodeado de bosques singulares como castañares.
Un día podías llegar a trabajar con una niebla tan espesa que no verías un transatlántico a tres metros delante tuya, una niebla que no se quita en todo día, se queda atrapada en la montaña, incluso sales de trabajar y te sigue persiguiendo durante unos cuantos kilómetros más. Podías tirarte perfectamente una semana con niebla. Anímicamente, eso puede mermar a cualquiera. A mí me gusta la niebla, lo que no me gusta es conducir con esta.
Cuando no había niebla llovía, y tírate una semana y hasta incluso dos lloviendo sin parar, para chicos y chicas de primaria puede resultar desesperante(sin poder salir al patio me refiero) enclaustrados en un recinto toda una jornada escolar. Para los profes también.
Luego estaban las heladas, igual de peligrosas que la nieve, pero después de tres años sabes perfectamente donde tienes que extremar aun más las precauciones. En más de una ocasión he visto con mis propios ojos como alguno se ha ido a la cuneta por no ir más despacio. No se me olvidará que el último año que estuve en este centro, el día de mi cumpleaños por cierto, el 29 de abril yendo al colegio me encuentro con este paisaje:




O una de dos, o estoy en “Invernalia” o ver  tanto “Juego de Tronos” está trastocando seriamente mi percepción de la realidad.

Otro problema eran los pobres perros que acaban bajo la rueda de algún coche. Por suerte nunca atropellé a uno pero en cierta ocasión el que iba delante mía se llevó por delante a uno y los retos viscerales del pobre animal acabaron en mi parabrisas cual película de cine “Gore”. En otra ocasión me encontré un jabalí atropellado y mal herido, jamás pensé que por esa zona pudieras encontrarte un jabalí.
Las que me daban mucha pena era las pobres ardillas que cada dos por tres yacían muertas en la cuneta o en mitad de la carretera. Nadie les enseñó que antes de cruzar una carretera convencional de doble sentido, por lo menos hay que mirar a ambos lados.
 Me suponía una hora y media de trayecto tanto al ir como al volver, todos los días durante tres años. Demasiado tiempo metido en un coche sorteando cada día algún imprevisto (se que hay gente que se tira mucho más tiempo que yo). Tanto tiempo conduciendo tiene consecuencias. Incluso yo, que me considero prudente al volante, no me he librado de llegar a mi casa y encontrarme con alguna que otra multa. Normal, estadísticamente tantas horas de conducción hacen que el más prudente alguna vez se despiste. Sin darte cuenta sobrepasas en 10 kilómetros la velocidad permitida y ¡zas!, receta al canto.
Peor hubiese sido aquella vez que me mandaron a un colegio en “Rascafría” eso y si que era una auténtica “odisea”. Menos mal que fueron tres días porque me hubiese tenido que buscar alojamiento por allí.
Hace unos años me hubiese encantado eso de romper con mi rutina y empezar una nueva vida en un sitio distinto, me daba igual, como si me hubiesen mandado a Reikiavik. Pero cuando formas tu propia familia las cosas las ves desde otra perspectiva.
Conozco a mucha gente que por desgracia no les queda otra que trabajar fuera de sus casas, sin ver a sus hijos ni a sus parejas. Eso si que es duro, para mí sería durísimo.
Sin ir más lejos, la mayoría de compañeros que tengo vienen de Albacete y se tiran de lunes a viernes lejos de sus familias. Nadie les ha obligado, están aquí porque ellos así lo han pedido (a diferencia de cómo hacen las cosas en Madrid: “son lentejas…”) pero en Albacete no hay trabajo y si quieres trabajar no te queda otra. Aun así es digno de admirar (en mi humilde opinión). No hay peor castigo que  llegar a casa y no poder abrazar a tu familia, por mucho que te guste tu trabajo. Para mi sería horrible, si alguna vez no queda más remedio tocará hacerse a ello. Ojalá no me vea en esa situación.
Ahora que he dejado a “mis chicas”, vuelvo de camino a casa. Me da tiempo a recoger un poco antes de entrar a trabajar.


Después de algunos años peregrinando por distintas carreteras me cuesta acostumbrarme a lo fácil que resulta la vida, cuando la distancia no te la complica.