miércoles, 25 de febrero de 2015

El Sendero de la Mano Vacía

Cuando era pequeño, a la mayoría de los niños de mi edad se les apuntaba a fútbol, pero mis padres decidieron apuntarme a kárate, pues como niño nervioso que era, pensaron que sería buena idea canalizar ese exceso de energía. Al poco aparecieron las películas de Kárate Kid y un aluvión de niños queriendo ser como el  protagonista de estas películas, incrementó notablemente las plazas en los gimnasios.
Mi definición particular de kárate-do sería,  esa actividad la cual te permite canalizar tu energía en forma danza llamada “kata” una forma de relajar tus músculos e intentar alcanzar estados de concentración mental y corporal.
La definición oficial:

Kara: estado de la mente        te: mano            do: camino o sendero

Para una gran mayoría, deporte para aprender a dar “ostias”.

Nunca fue una actividad que me entusiasmase pero si me gustaba y la recomendaría para cualquier niño.
Lo que odiaba de este deporte era cuando tocaba competir. No todos los que hacíamos kárate en mi gimnasio podían ir de competición, los profesores solían elegir a los más capacitados, o a los que mejor lo hacían, o a los hijos de algún que otro enchufado.
Yo estaba en el grupo de los que se le daba bien competir con “katas”. Pero sentía verdadera fobia y terror  cada vez que tenía que ir a una competición. Ese miedo escénico combinado con esos complejos deportivos que para la percepción de un niño de 6 años eran castillos laberínticos de los que a veces no sabías salir. Recuerdo que lo primero que hacía cuando pisaba el tatami era localizar a mi padre en las gradas. Una vez que le localizaba el miedo se iba apaciguando.
Hoy en día un niño está más que acostumbrado a practicar deportes en estos recintos y son más grandes que hace 30 años, pero en los 80 entrar en un  polideportivo como  Magariños era ir a lo desconocido y lo que no conoces a veces asusta. Entrar sólo por esos laberintos de vestuarios, cambiarte y luego salir a los tatamis buscando alguien de tu gimnasio y a saber donde estaban con tanto niño vestido igual.

Mis compañeros de gimnasio siempre llegaban juntos e iban en los coches de sus padres. A mi padre y a mí nos tocaba  coger el tren o el autobús hacer los tres o cuatro trasbordos de rigor y llegar justos.
Aun así lo recuerdo con cariño. Daniel Larusso tenía al Señor Miyagi en “Karate Kid”, yo tenía a mi padre que aunque no sabía de kárate me daba la confianza que yo necesitaba.
Me llevó a todas y cada una de las competiciones que tuve. Recuerdo una de las primeras en el polideportivo de Aluche. Creo que fui de últimos de mi gimnasio en aguantar pues al resto los fueron descalificando ronda tras ronda. Llegué a la final y perdí la copa por muy poquito con un niño mucho más mayor que yo y con un cinturón más alto que el mío, mis profesores me comentaron que me faltó gritar más en el Kiai durante el desarrollo de la Kata.
Que ilusión le hace a un niño ganar su primera medalla. A partir de ese momento siempre que había competición me nominaban para ir, la mayoría de las veces en contra de mi voluntad,  porque eso significaba volver a esos castillos infernales llamados polideportivos atestados de gente y ruido cogiendo el transporte público y dando la vuelta al mundo de Willie Fog. Pero casi siempre ganaba alguna medalla y eso lo compensaba todo.

Cuando tuve edad para participar en el campeonato de Madrid me seleccionaron para entrar en el equipo que competiría con los mejores gimnasios de la capital. El grupo lo formábamos el hijo de un  profesor del gimnasio, otro niño que era el hijo de un empleado del banco Santander de Parla y yo. Para esta competición nos entrenó el mismísimo Paco Mayoral, el dueño de mi gimnasio y quizás uno de los karatecas más respetado en los años 80 e impulsor del karate-do en España. Creo que era ambición personal suya el llevarse el primer puesto por equipos.
La competición fue en Móstoles un domingo a primeros de marzo y en los 80 ir de Parla a Móstoles era ir en autobús hasta Madrid para luego coger un tren, para luego hacer transbordo en otro tren para luego recorre Móstoles buscando el polideportivo municipal. Total casi dos horas si no sería más.
Quedamos en primer puesto y no solo en categoría masculina sino también en la femenina. Recuerdo que el trofeo nos lo entregó el alcalde de la ciudad por aquel entonces.  Yo como siempre pendiente de ver a mi padre en las gradas mostrándole orgulloso mi medalla.
Acabada la euforia, el júbilo y el desenfreno de la celebración tocaba volver.
A mi padre nunca se le olvidará y a mi tampoco,  lo solos que nos vimos aquella noche. Nos tocó volvernos en transporte, nadie del gimnasio, nadie, se ofreció a llevarnos a casa, esa fue nuestra recompensa, queda campeón de Madrid y vuélvete como has venido. Teniendo en cuenta que todos veníamos de Parla y sabiendo las dificultades  que  teníamos al no disponer de coche a nadie se le ocurrió decir
– ¿oye os venis con nosotros?
Ni siquiera unos vecinos de nuestro mismo portal que tenían dos acémilas por hijos que venían a mi gimnasio. Que te podías esperar de esta vecina, la misma que montó en cólera contra el gimnasio cuando en un examen me ascendieron dos cinturones por encima de mi nivel.  No le pareció justo pues como bien le dijo a la mujer del dueño, ella pagaba igual que todos y sus hijos lo merecían más que nadie.
Que mala es la envidia…
Recuerdo que llegamos a las once y media de la noche, al día siguiente…, al cole.

Esa fue la última competición en la que participé, por suerte para mí. En la siguiente competición dije que no iba, pues si era complicado ir en transporte de Parla a Móstoles, ir a Coslada era para pensárselo. Yo encantado de no ir claro, pero el gimnasio se extraño y cuando les expliqué los motivos  rápido buscaron a alguien que nos pudiese llevar y traer, el padre de una compañera del gimnasio creo recordar. Pero el NO de mi padre siguió siendo rotundo.  
Poco a poco fui perdiendo el interés por este deporte. Hasta que tuve poder de decisión y pedí a mis padres que me borrasen de Kárate.
Al gimnasio le sorprendió mucho e intentaron que me quedase por todos los medios,  pero como en cualquier deporte, si no cuidas a tus deportistas te los roban, o los pierdes como en este caso. 
Ahora me arrepiento bastante, era cinturón marrón con 12 años, federado y me quedé muy cerca del examen a cinturón negro.


Siempre que veo las películas de Kárate Kid me recuerdan mucho a mi infancia, el kárate, las competiciones, los gimnasios y su idiosincrasia. Aun así es un deporte que puede aportar mucho al desarrollo físico y mental de un niño. Pues el verdadero sentido del kárate-do no es enseñar a pegar, yo me quedo con la filosofía del señor Miyagi, dejar que el Karate-do fluya dentro de ti.